Bioética planetaria

Hacia una bioética planetaria

Avatar y los micelios

Mientras usted y yo nos conectamos, sobre todo en estos tiempos de pandemia, a través de una red creada por el mismo ser humano, a la que hemos llamado Internet, las plantas del planeta se comunican, conectan, e intercambian información, a través de lo que se conoce como micelios. Los micelios son grupos de hifas (filamentos), que nacen en algunos hongos que se encuentran alrededor de mundo y que, en los puntos conocidos como micorriza (lugar de encuentro en relación simbiótica entre las raíces de las plantas y los hongos), establecen procesos de comunicación, intercambiando datos que pueden servirles para operar amigablemente y mantener la supervivencia de un grupo o una planta, o incluso para atacarse y evitar el crecimiento sano o causar la muerte. Para ilustrarle de forma más clara, son algo parecido a pequeñísimas raíces que se van extendiendo por debajo de la tierra y se expanden de manera asombrosa.

Se dice que los micelios conectan la biósfera, y constituyen la red viviente más grande del planeta; Gaia está viva, siente, se comunica, abraza o ataca y sobrevive (para quienes no lo conocen, Gaia es una hipótesis creada por James Lovelock; afirma que la tierra es un organismo vivo y conectado). Ese planteamiento no está para nada lejos de la realidad, pues más allá de lo que muchos desconocen, las relaciones entre el clima, la temperatura, las corrientes marinas, las tormentas, las plantas, las emisiones de Co2, las algas, los corales, los animales, las abejas, la agricultura, el ser humano, etc; son tan complejas y fascinantes, que apenas estamos comprendiendo cómo se generan. Todo en la naturaleza está vinculado, de maneras que no entendemos aún, por eso sin duda, cuando el hombre hace algo a favor o en contra de natura, o de sí mismo, desencadena una serie de sucesos que no sabemos cómo terminarán.

Aquí viene a mi memoria aquel momento en 2009, cuando frente a la pantalla de una sala de cine, estaba yo conociendo a Pandora, luna del planeta Polífemo, maravillosamente recreada desde la ficción por James Cameron en la película Avatar. Recuerdo los cuerpos resplandecientes de las plantas, las islas flotantes, el gigantesco árbol que era el hogar de los Na'vi; pero sobre todo, lo que no olvido, es el maravilloso Árbol de las Almas; un árbol brillante y hermoso que permitía la conexión con la deidad Eywa, así como el vínculo entre los miembros del pueblo; ellos se sentaban cerca al árbol, entrelazaban sus manos y comenzaban a interactuar en un bello ritual, conectándose con las raíces que se encendían en luces fluorescentes durante el proceso; uno podría comparar ese proceso con las micelas que facilitan la conexión entre las plantas. Más fascinante aún en éstas escenas de la película, eran las conexiones neuronales que se desprendían de las cabezas de los Na'vi, en forma de trenza, y que facilitaban el Tsahaylu o vínculo con algunos de los seres vivos; si se lograba tener la autorización de ese ser vivo, para la conexión entre su "trenza" y la del Na'vi, entonces tenían una relación especial para toda la vida. Es una ilustración de la forma como los seres nos enlazamos y afectamos mutuamente. 

Si los humanos tuviéramos al menos una parte del respeto que mostraban los Na'vi por las diferentes formas de vida, otra sería nuestra historia. Algunas tribus primitivas de nuestra tierra real, piden incluso permiso a la naturaleza cuando cazan o toman algo de ella; eso para muchos es una muestra de sub desarrollo o locura; para mí es la comprensión total de nuestro rol como especie en el mundo. Más allá de todo ello, aquí estamos, imperfectos y aprendiendo de la vida, enfrentando desafíos, entendiendo que nos necesitamos unos a otros, que somos seres sociales, y que de una u otra forma todo está vinculado, y nosotros a ello.

Éste ejercicio de escribir sobre el tema, pretende básicamente generar una reflexión sobre las importantes conexiones que existen entre todo lo que habita sobre la faz de la tierra. Entender nuestra grandeza humana, pero a la vez nuestra vulnerabilidad (ahora en medio del COVID 19, hemos entendido lo frágiles que somos; tenemos miedo); es fundamental comprender que somos una sociedad con interrelaciones que nos afectan mutuamente, para bien o para mal, y que a la vez la cultura que hemos construido genera repercusiones en las relaciones de simbiosis y de mutualismo o parasitismo que tejemos con la naturaleza, de la cual somos parte más no sus dueños. ¿Recuerdan cuando nos enseñaron en el colegio la clasificación de las relaciones ecológicas? ¿Alguna vez lo hemos aplicado a nuestra vida cotidiana? ¿Qué nos enseña ello en éstos momentos de la historia de la humanidad? No sé, tal vez deberíamos retomar muchos de esos asuntos que pasaron de largo para nosotros en la escuela, y comprender la razón esencial de su enseñanza. Todos tenemos los instrumentos para construir un mundo mejor, están ahí, dentro de nosotros.

28 de junio de 2020

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