Ciudadanía

Las actitudes suicidas del mal ciudadano

Llegan a mi mente imágenes cotidianas acerca de aquello que podemos encontrar con solo salir a la calle: la evidencia latente de que en general, no hemos sido formados como ciudadanos de un lugar, y mucho menos del mundo.

Pensemos en esta historia: camino por la calle, espero que el semáforo del peatón se ponga en verde, para cruzar con seguridad (antes de mi unas cuantas personas, diría que un 70% de los que esperábamos para pasar al otro lado, se aventuraron a lanzarse a los carros; al parecer todos son médicos a los que esperan en el hospital para salvar a algún paciente, porque el tiempo apremia, y es más importante correr que cruzar vivo o entero); regresando al tema, cruzo como se supone debo hacerlo, y entonces aparece de la nada un motociclista que, desafiando todas las leyes, viola el semáforo en rojo que lo detiene, y en un intento por no atropellar a quienes cruzamos de manera civilizada, invade el carril del frente. Entonces un carro se ve en la obligación de frenar de forma abrupta; se lanzan palabras ofensivas, pero al fin no pasó nada, gracias a fuerzas superiores, porque si el asunto dependiera de la lógica humana, hubiéramos resultado heridos varios.

Entonces analizando la situación, uno piensa que el semáforo se hizo para poner orden en la forma como las personas nos movemos en la vía, porque somos muchos conviviendo, se necesitan reglas y se llegó a detectar su necesidad después de años de estudio sobre seguridad vial e historias trágicas de accidentes; en ese tema se invierten impuestos, trabajo y esfuerzos que todos pagamos de nuestro bolsillo, para generar la protección que debe garantizar un estado, brindando las condiciones para  que el motociclista se detenga en el alto y no amenace innecesariamente la vida e integridad de los demás. Pero esa es una lectura de la situación que es poco común; solo se ve en el semáforo un impedimento para moverse libremente por el mundo, mostrando con ello el "analfabetismo del tránsito" en el que estamos sumidos; no sabemos leer señales o poco importan; algunos deberían hacer un curso breve de lectura de avisos de tránsito (aunque se supone que son un tanto intuitivos).

Ahora bien, ni qué decir de los que se mueven en sus motocicletas sin el uso del casco. La lógica es un poco así: uso el casco para que el agente de tránsito no me vea sin éste y no me ponga una multa (etapa de la obediencia y el castigo en el desarrollo moral, la etapa mínima). No se comprende o no se quiere comprender que el casco es un elemento protector para almacenar, nada más y nada menos, que un órgano vital para la vida: el cerebro, ese que hace que cada uno de nosotros sea lo que es. Pero el cerebro al fin y al cabo no importa, qué más da un trauma cráneo encefálico si puedo disfrutar la libertad de mover mi cabeza al viento, mientras corro, hago "piques" y violo todas las normas de movilidad (un poco de sarcasmo).

Al final todo esto es una reflexión más sobre lo que somos, y lo que deberíamos ser; reconocemos nuestra inmensa imperfección como seres humanos, pero también nuestra posibilidad de ser mejores, porque cada uno de nosotros se hace cada vez más humano, o al menos eso es lo que se pretende con la educación, con la formación, con lo que aprendemos en el hogar, en las experiencias de vida. Tal vez hemos olvidado que es muy importante aprender a ser buenos ciudadanos, porque de la adecuada convivencia con los demás, depende la existencia de todos y cada uno; la pandemia del COVID 19 lo muestra de manera desgarradora. 

Finalmente y no para el bien general, en la escuela ha sido siempre mucho más necesario aprender sobre fórmulas matemáticas, o lo que es el pretérito pluscuamperfecto de indicativo (obviamente las matemáticas y el lenguaje son fundamentales, eso no lo cuestiono), pero olvidamos educarnos y enseñar para vivir, y más aún, para convivir.

15 de junio de 2020.

© 2020 Hacerse Humano -  escritos y fotografías de la autora | Todos los derechos reservados.
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